A veces me siento frente a la página en blanco y solo me quedo mirándola. Me pregunto si valdrá la pena, si alguien le prestará atención a todo lo que escribo, si las palabras tendrán algún mensaje real y le llegarán al corazón de quien lo necesite.
A veces no queda de otra y solo sigo escribiendo, poniendo una palabra tras otra hasta formar una oración, un párrafo, una página, una historia o un poema. Y es así como sigo a pesar de las dudas, el miedo y el terror.
A veces la vida adulta y sus responsabilidades me obligan a detener todo esto, de pronto ya no escribo por varios días y solo soy un publicista más que trata de llegar a tiempo con sus pendientes. Pero todo eso pasa y al final del día el cuaderno y la pluma siguen en su lugar, esperando a que me siente y siga escribiendo.
Si algo estoy aprendiendo con todo esto, es que uno nunca deja de escribir. Si tengo tiempo libre, trato de escribir. Y si estoy ocupado, pienso en tener tiempo libre para escribir. Siempre estoy escribiendo en mi mente. Siempre estoy buscando estar bien, a pesar de las cosas.
Entonces recuerdo algo que a estas alturas es como un mantra que me repito de vez en cuando: “Pase lo que pase, sigue escribiendo”. Y con eso en mente, salgo al mundo y espero al final del día para llegar a casa o escaparme a algún café a escribir.
Porque al final de todo, cuando las luces se apaguen y las sillas se acomoden sobre las mesas, solo estaré yo, mi pluma y la página en blanco. Escribiendo a pesar de todo.